jueves, 15 de diciembre de 2016
VATTIMO, Gianni
El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna.
Barcelona: Gedisa, 1994[Adaptación]
INTRODUCCION
La Modernidad se puede caracterizar como un fenómeno dominado por la idea de la historia del pensamiento, entendida como una progresiva “iluminación” que se desarrolla sobre la base de un proceso cada vez más pleno de apropiación y reapropiación de los “fundamentos”, los que se conciben como “orígenes”, de suerte que las revoluciones, teóricas o prácticas, de la historia occidental se presentan y legitiman como “recuperaciones”. La idea de “superación”, tan importante en la filosofía moderna, concibe el curso del pensamiento como un desarrollo progresivo en el cual lo nuevo se identifica con lo valioso, en cuanto apropiación del fundamento-origen. Pero, precisamente, la noción de fundamento, y del pensamiento como acceso al fundamento, es puesta en tela de juicio por la cultura posmoderna. Pero la crítica al pensamiento moderno del fundamento no se hace en nombre de otro fundamento más verdadero. En efecto el “post” de posmoderno indica una despedida de la modernidad que, en la medida en que quiere sustraerse a su lógica del “progreso” y sobre todo a la idea de “superación”, se ubica en una relación “crítica” respecto del pensamiento occidental.
Un elemento que caracteriza a la modernidad es la de ser la “época de la historia” frente a la antigüedad caracterizada por una visión naturalista y cíclica del curso humano. Es la modernidad la que, elaborando y desarrollando en términos puramente terrenales y seculares la herencia judeo cristiana (historia de la salvación articulada en creación, caída, redención, juicio final), confiere dimensión ontológica a la historia y da significado determinante a nuestra colocación dentro de la historia. En este sentido, pos-moderno, no significa un momento posterior a la modernidad, porque seguiríamos dentro de una concepción moderna del tiempo como progreso y superación. Pero lo posmoderno se caracteriza no como novedad respecto de lo moderno, sino como disolución de la categoría de lo nuevo, como experiencia de “fin de la historia”.
Pero esta experiencia de “fin de la historia” puede pensarse de dos maneras: como fin de la vida humana en la tierra, sobre todo por la amenaza de destrucción atómica, (ante esta posibilidad cierta algunos pregonan “ingenuamente” la vuelta a unos orígenes no contaminados por la tecnología); la otra manera de pensarse el fin de la historia implica que ya no podemos concebir la historia como un proceso unitario; actualmente las tecnologías de la información nos hacen experimentar el tiempo como un presente continuo. Tenemos una experiencia de la existencia como no-histórica. Esta nueva imagen del tiempo recién se está explorando a nivel teórico, pero las vanguardias artísticas hace tiempo que la han puesto en discurso. En nuestra experiencia pos-histórica, el progreso se ha convertido en rutina, los desarrollos tecnológicos son tan rápidos que ya no percibimos su novedad; por otro lado el consumo capitalista exige la renovación continua (de la vestimenta, los utensilios, los edificios) está “renovación” está exigida para el mismo mantenimiento del sistema capitalista; hoy la novedad no es revolucionaria, ni perturba, sino que es lo que permite que las cosas no cambien. Existe una inmovilidad de fondo. Por otro lado, a nivel teórico, la noción de progreso se ha vaciado: La historia, que en el cristianismo era vista como historia de la salvación, al secularizarse se convierte en historia del progreso: el fin o ideal del progreso es crear condiciones para el progreso, el progreso sin una finalidad, sin un “hacia dónde”, termina por disolver el concepto mismo de progreso. Hoy no hay una “filosofía de la historia” sino una dispersión en múltiples historiografías (teorías acerca de los métodos de hacer historia). Sabemos, por ejemplo, que la historia de las creencias es mucho más lenta que la historia de los acontecimientos políticos, o que la historia de la economía es más rápida que la historia de los modos de vida.
Y de manera más radical, hoy sabemos que la idea de la historia que construyó la modernidad está totalmente condicionada por las reglas del género literario histórico, que se trata de un tipo de narración, un relato más. Por otro lado se ha mostrado que todo relato histórico se escribe desde una determinada ideología, se habla de la “historia de los vencedores” en el sentido que desde el punto de vista de los vencedores el proceso histórico aparece con una unidad, una coherencia y una lógica que los vencidos no pueden ver de la misma manera, sobre todo porque sus vicisitudes y sus luchas quedan violentamente suprimidas del registro colectivo; los que construyen la historia son los que tienen el poder de conservar aquello que conviene a la imagen que se forjan de la historia para legitimar su propio poder.
Fin de la historia significa, entonces, ruptura de la unidad de la Historia, significa que no existe un “tiempo unitario” en el que todos los acontecimientos de la humanidad podrían ubicarse; significa disolución o dispersión de La Historia en múltiples historias, en diversos modos de reconstrucción del pasado.
La “disolución” de la historia, en los diversos sentidos que puede atribuirse a esta expresión, es quizá el rasgo que con mayor claridad distingue a la época contemporánea de la época “moderna”. La época contemporánea es esa época en que, si bien contamos con una tecnología capaz de reunir, guardar y transmitir la información, que haría posible realizar una “historia universal”, precisamente se ha hecho imposible esa historia universal. Esto se debe a que el mundo de los media en todo el planeta ha multiplicado los “centros” de historia (las potencias capaces de reunir y transmitir las informaciones según una visión que es el resultado de decisiones políticas).
En la modernidad era posible experimentar la propia vida, el momento histórico propio, como fundamentado por una marcha unitaria de los acontecimientos, y esto era posible porque en la modernidad se crearon las condiciones para elaborar y transmitir una imagen global de las cuestiones humanas (la imprenta fue determinante en este proceso); la época contemporánea es aquella en que todo tiende a aplanarse en la contemporaneidad y en la simultaneidad, se produce así una des-historización de la experiencia. En este proceso los nuevos medios de comunicación, sobre todo la televisión (zaping), son determinantes.
Esta idea de posthistoria nos ofrece las herramientas para pensar nuestra época como un lugar en el que se anuncia para nosotros una posibilidad diferente de existencia. A esta posibilidad aluden nuestras interpretaciones de las filosofías de Nietzsche y Heidegger, tales autores permiten pasar de una interpretación crítica puramente negativa y apocalíptica, a una consideración de la condición posmoderna como posibilidad y chance positiva.
En ambos autores, lo que puede ayudar a colocarnos de una manera constructiva en la condición posmoderna, tiene que ver con lo que propongo llamar el debilitamiento del ser. Esto implica tomar seriamente la destrucción de la ontología, o la superación del pensamiento metafísico y esencialista. Mientras el ser humano y la realidad sean pensados metafísicamente, platónicamente, según estructuras estables que nos imponen la tarea de fundarnos y de establecernos (con la lógica y con la ética) de manera fuerte y definitiva, entonces no nos será posible vivir de manera positiva esta edad posmetafísica que es la posmodernidad. Esto no significa aceptar todo como positivo, sino que la capacidad de discernir y elegir entre las posibilidades que la condición posmoderna nos ofrece se construye únicamente sobre la base de un análisis de la posmodernidad que la tome en sus características propias, que la reconozca como campo de posibilidades y no la conciba sólo como el infierno de la negación de lo humano.
Se trata de abrirse a una concepción no metafísica de la verdad, que la interprete no tanto partiendo del modelo del saber científico, sino, por ejemplo, partiendo de la experiencia del arte. Se puede decir que la experiencia posmoderna de la verdad es, probablemente, una experiencia estética. Esto nada tiene que ver con la reducción de la experiencia de la verdad a emociones o sentimientos “subjetivos”, sino que reconocer en la experiencia estética el modelo de la experiencia de la verdad tiene que ver con la idea de “grumos” de sentido, sólo de los cuales se puede derivar un discurso que no se limite a duplicar lo existente sino que tenga también la posibilidad de poderlo criticar.
Este libro no tiene un carácter sistemático ni definitivo, los problemas que aquí se tratan no están resueltos, quizá este sea también un rasgo del modo “débil” de hacer la experiencia de la verdad, no como objeto del cual uno se apropia y se transmite, sino como horizonte en el que uno se mueve discretamente.
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