El
mundo se manifiesta a nuestros sentidos a través de sonidos, texturas,
formas, colores, olores, etc., lo que nos permite distinguir cada
componente del universo por las características que posee. Nuestra capacidad de
discriminación nos hace advertir diferencias y coincidencias y, así podemos
organizar en tipos lo que en un principio era un solo caos.
Pero,
si no contáramos con un criterio previo, sería una tarea interminable e inútil
el pretender clasificar todos los componentes del Universo y clasificarlos.
Admitamos que siempre que nos vinculamos con el mundo a través de los
sentidos, establecemos una clasificación básica que separa lo que sí nos
interesa de aquello que no nos importa y, por tanto lo ignoramos. Elegimos sólo
lo que nos concierne de alguna manera y por alguna razón, es decir, aquello que
seleccionamos es lo que atraviesa un filtro de pertinencia.
Según
sea lo que nos propongamos, nos veremos obligados a focalizar nuestra atención
en lo que es pertinente a ese propósito o interés, y a descartar lo demás;
este mismo interés o imperativo nos dará las pautas para clasificar lo
seleccionado en categorías o tipos. En este proceso también las prácticas
y costumbres serán un criterio de pertinencia y clasificación.
Tomemos
como ejemplo los cartoneros que salen cada noche a revolver y dar un nuevo
sentido a lo que ciertos grupos sociales de la ciudad descartan porque ya no
tiene utilidad para ellos y pasa a integrar ese caos que es la basura. La tarea
que emprenden los cartoneros es, ante todo, la de establecer un contacto
sensible con los despojos -miran, remueven- y separan lo que les interesa dejando
de lado lo que no. Luego hacen una primera selección en categorías tales como
lo que es «útil para su uso personal» y lo que «compra el acopiador»; a su vez,
este último grupo se subdivide en «metales», «vidrios», «plásticos», «cartones
y papeles». Como esta última categoría es la más demandada, se aplican subtipos
tales como «papel blanco no clorado», «cartones», «papel reciclado», categorías
estas impuestas por el acopiador, de acuerdo a los precios, calidades y
propósitos prácticos del reciclado industrial.
Cartoneros,
acopiadores e industriales, imponen un sistema de tipos que se distinguen por
una denominación específica; así «papel blanco» es una expresión que, como
contenido, implica una calidad de objeto, un precio preferencial, un uso específico
como materia prima industrial. Se ha creado todo un sistema de significación
en el que una inmensa gama de desechos orgánicos no es tomada en cuenta porque
esa gama no figura ni en los objetivos ni en las prácticas de los actores del
circuito cartonero-reciclador. Si los actores hubiesen formado parte de un
movimiento de horticultores orgánicos, el criterio de pertinencia sería
muy diferente, lo mismo que los tipos en los que habrían clasificado la basura
elegida y las denominaciones utilizadas.
Para el
consumidor insensible, en cambio, la clasificación sólo toma en cuenta dos
tipos: lo útil y la basura, lo que muestra su falta de creatividad como usuario
de sistemas de significación respecto a lo que él mismo saca todas las noches a
la calle. Cuando los cartoneros ya no sean para nosotros unos seres de la noche
sin identidad individual ni historia, cuando logremos entablar un mínimo lazo
de comunicación con ellos, entonces podremos hacer nuestro su sistema de
significación de la basura. Entonces, separaremos por un lado los plásticos,
los metales, los vidrios, las diferentes clases de papeles y cartones y, por
otro lado pondremos lejos del posible contacto con sus manos todo aquello capaz
de podrirse; en ese momento los cartoneros comenzarán a ser pertinentes para
nosotros.
Autor:
Mario Sánchez Proaño 2005
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